viernes, 7 de agosto de 2009

3#


Y simplemente me senté y lloré. Lloré por la infancia perdida, por el mundo que solo se comprende a sí mismo. Lloré por las miles de lágrimas derramadas que no valieron para mucho. Lloré por la sensación de impotencia, el dolor de la incomprensión y la amargura de la soledad. Sentí los sentimientos desbordándose, volviéndose más grandes de lo que podía soportar, y lloré. Simplemente deseé borrar mi vida, borrar mi existencia y volar muy lejos. Y lloré, deseando que la tormenta pasara rápido para recomponer mis trozos expuestos al salvaje viento, al huracán de emociones que amenazaba con engullirme y no soltarme. En este huracán de sentimientos y pensamientos que no conducen a ninguna parte, que no ofrecen ninguna solución, que dejan mi vida más patas arriba de lo que podía estar. He caído, y no me he podido levantar, he sufrido y no me he podido recuperar, he gritado y nadie me ha escuchado. Ha llegado el momento de desaparecer, de no ver nada, de no sentir nada, de no saborear nada, de no escuchar nada, de tocar solo mis rodillas abrazadas. Porque lloré, y no encontré ningún hombro en donde apoyarme ni unos brazos que me abrazaran, ni unos labios que me dijeran palabras de alivio. Lloré, y sigo llorando.

No hay comentarios:

Publicar un comentario