sábado, 22 de agosto de 2009

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Nunca has tenido uno de estos días en los que te apetece encontrar una cueva y esconderte? Sí, me entiendes, uno de esos días en los que desde primeras horas de la mañana tu semblante permanece serio sin motivo aparente, todo el día con ese picor amargo en los ojos, que te obliga a enjuagarlos a cada momento para impedir que las lágrimas asomen a tu cara. Te sientes mal por nada, y te cuestionas todo sin ni siquiera pensar una sola pregunta. Tienes frío a cada momento, te acurrucas en las mantas y aún estás más helado que antes. Lees una historia y te parece que las letras no tiene sentido, pero a la vez te emocionas con cada palabra impresa en esa simple hoja de papel. Tus ojos siguen escociendo, y ya no puedes reprimir esas lágrimas, pero, al contrario de tus deseos, tus ojos permanecen tan secos como cualquier otro día normal. Sientes el sueño llama a tus sentidos pero este no hace acto de presencia, y te vuelves a cuestionar todo, pero esta vez con preguntas simples e inocentes, pero que a las que no puedes dar respuesta, y tu cabeza se vuelve loca mientras luchas por darle un sentido a todo. No sabes que hacer, no sabes que pensar. Tus sentimientos fluyen como si los acabaras de tirar a un río bravo, y no los puedes distinguir, en un solo segundo pasar de la angustia al miedo sin olvidarnos de asomarnos junto al temor y a la confusión. Intentas concentrar toda tu mente en alguna actividad inocente, pero esas lágrimas siguen luchando por salir, pero parecen poseer verdadera vergüenza para rodar por tus mejillas. Vuelves a sentir frío, la música que intentas escuchar no encuentra lugar en tu cabeza y las canciones pasan sin darnos apenas cuenta. Ya no nos hacen vibrar como solían. Vuelven las preguntas, apoyas tu cabeza en la almohada y dejas que fluyan, mientras un gran agujero de dolor parece abrirse en tu pecho, impidiéndote respirar con facilidad. Miras la oscuridad en la que te encuentras sumida y de repente recuerdas que no te desmaquillaste, por lo que tu almohada y tu cara estará surcada de finas rayas negras, pero no te importa y sigues observando la oscuridad, cada matiz que adquiere. Al final empiezas a darte de cuenta de que tu vida no tiene un objetivo, que no has encontrado nada que pueda darle sentido, y las lágrimas surgen con más fuerza, haciendo que tengas que agachar la cabeza en un cojín para que nadie escuche tus ahogados sollozos, y así toda la noche, preparándote para otro día que se prevé igual que el anterior, porque, que podría hacerlo peor?

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