lunes, 5 de octubre de 2009

El futuro.


Sonríes al verme. Te brillan los ojos. La sonrisa se puede sentir en todo el parque. Te levantas. Avanzas hacia mí. Me coges de la mano. Me miras fijamente. Y me besas. En ese momento, mi mundo da vueltas, mi cabeza solo piensa en ti, y mi corazón golpea tan fuerte en mi pecho que tengo miedo de perderlo. Te separas de mí y me llevas hacia el banco, donde coges tus cosas sin dejar de sonreír.
-A donde quieres que te lleve hoy? –Me preguntas como cada día.
-A nuestro futuro juntos, te parece bien?
En ese momento, me aprietas la mano y comienzas a andar, llevándome por un sendero desconocido. Siempre me sorprendes con tus ideas. Como aquella tarde en la que me llevaste al río y me retuviste en el borde con un precioso beso. O aquella tarde en la que me preparaste un pequeño picnic en el prado que se veía desde mi casa. Esta vez, como siempre, las mariposas de mi estómago no dejaban de bailar acompasadas con el ritmo rápido de mi corazón. En un momento, me sueltas, me pones tus cosas en mis manos, y te pones detrás de mí, tapándome los ojos.
- Shh, no preguntes pequeña, solo camina, que no dejaré que choques.
Y me das un beso en la mejilla. Contino andando, con la duda sobre que pasará, a donde me llevas. Y, me haces parar, me destapas los ojos, y te situas a mi lado. Puedo ver en el suelo, al lado de un viejo olivo, una cajita de colores con nuestros nombres escritos.

-Vamos a llegar a nuestro futuro de una manera especial, con una caja del tiempo. Dentro de exactamente cinco años, haya pasado lo que haya pasado, vendremos, la desenterraremos, y recordaremos este día y los anteriores.
Y nos sentamos en el suelo, comenzando a llenar esa caja de recuerdos escritos en pequeñas hojas de papel. El tiempo pasa entre risas, suspiros y besos. Al final, cuando la noche ya se acerca, cerramos la caja y la enterramos cerca de una raíz que creaba una pequeña cueva a ras de suelo. Me llevas a casa, todo el camino abrazándome con tu mano en mi cintura, sin dejar de mirarme. Y, al llegar a casa, me das un pequeño beso de buenas noches. Cuando subo a la habitación, una piedra choca contra mi cristal, y, cuando miro, me gritas un “Te amo” y te vas, dejándome con una sonrisa en la boca.

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