domingo, 4 de octubre de 2009

Siempre.

Llamaron fuerte a la puerta. Fui a abrir, con la certeza de que serías tú. Me lo decían mis sentidos, mi corazón. Al abrir pasó lo de siempre. Me quedé hechizada al ver tu cara, porque, a pesar de conocerme cada rincón de tu cuerpo de memoria, eso no le restaba fascinación. Te sonreí, y me dijiste:
- Que preciosa es mi pequeña.
Me abrazaste, y me besaste lentamente, con suavidad y ternura, dejándome saborear tu sabor.
- Y tu aquí? No se suponía que estarías en el médico?
- He salido pronto, no me han dicho mucha cosa, solo que tengo que volver.
Y tras esto, me volviste a besar. Más intensamente, y, cojiendome en brazos, cerraste la puerta con un pie, y me llevaste a la habitación, donde me hiciste el amor lentamente primero, y con furia después, dejándonos llevar por el deseo y los sentidos.

.


Y allí estaba ella, leyendo esa hoja de su diario, sintiendo que el mundo le caía encima. Con la ropa negra empapada, no de la lluvia, sino de las lágrimas que seguían saliendo de sus ojos a pesar de llevar ya días llorando. Rememoraba cada segundo de ese día, lo que había escrito, y lo que recordaba. Y a cada segundo, una nueva lágrima. Hasta que, en una de las ojos, pudo leer el más preciado recuerdo que él le había podido dejar, y sonrío. Entre lágrimas, y una sonrisa triste, pero, una sonrisa.

“No llores pequeña. Recuerda, y sonríe. Te amaré desde donde esté, y nada podrá cambiarlo. Disfruta, siente, sonríe, y ama. Y recuérdame como la persona que intentó compartir tu vida a tu lado mientras el destino nos dejó.”

1 comentario: