miércoles, 7 de octubre de 2009

I gotta feeling.

Eran las cinco de la madrugada y seguíamos en la terraza. Tu sentado y yo, con las piernas sobre las tuyas y acurrucada en tus brazos.
- Sabes? Creo que nos estamos volviendo nocturnos.
- Puede ser. –me respondiste- pero si por mi fuera no dormiría nunca con tal de poder mirarte para siempre.
- Mira que eres ñoño eh. –te sonreí- pero deberías dormir. Venga, vete para cama, que yo estaré aquí y prometo no escaparme.
- Duerme conmigo Nati.
- No creo que sea buena idea Álex, yo…
- Eh enana, solo es dormir, nada más. Quiero levantarme mañana y que tu cara sea lo primero que vea. No estoy pidiendo nada más, y sobre todo, no quiero que pienses que solo te he traído aquí para acostarme contigo.
- Pero no tengo ni pijama ni nada.
- Espera, ven.
Nos levantamos y te seguí hasta el armario, de donde cogiste un par de pantalones de chándal y una camiseta.
- Mira, este pantalón y esta camiseta creo que te servirán. Pruébatelas, que no voy a mirar.
Y te diste la vuelta. Me desvestí rápidamente y apuré a ponerme la ropa.
- Ya, ya puedes mirar.
- Ya sabía yo que te sentarían bien. Te importa que yo duerma sin camiseta? Si te importa me pongo una, pero normalmente no la uso.
- Y perderme esa vista? Por favor, te obligo a dormir sin ella.
- Está bien, pues date la vuelta.
Y entre risas me giré para que te vistieras. En un momento me abrazaste por detrás y me diste un beso en el cuello.
- Venga, a la cama enana.
Me quedé sin palabras al verte. Y cuando avanzaste hacia la cama me fijé en una cicatriz que recorría tu costado. Te tumbaste en la cama y me hiciste señas para que yo también fuera. Me tumbé a tu lado, y con la yema de los dedos recorrí los cuadraditos que se marcaban en tu estómago. En un momento dado, recorrí suavemente la cicatriz.
- Puedo preguntarte sobre ella?
Te miré y estabas mirando hacia el techo, a un grupo de estrellas que se veía. Seguiste en silencio durante unos minutos, y, cuando pensé que no me responderías, comenzaste a hablar casi en susurros.
- Fue con el cristal de una puerta. De una parecida a estos ventanales. Tenía nueve años, y vivía con mi padre. Él era muy violento, aunque nunca me llegó a pegar. Solo gritaba, y, ocasionalmente, un empujón contra algo, que eran las únicas heridas que podía llegar a tener. Ese día volví del colegio con un corte en una mejilla que me había echo al defender a mi entonces mejor amigo en una pelea. Tal cual entré en casa, él comenzó a gritarme. El olor a alcohol era muy fuerte. Sigió gritando fuera de control, y me empujó contra la puerta de cristal que daba al jardín. No me pasó nada, me levanté y me dispuse a subir a mi cuarto para que no me pudiera seguir gritando, pero me cogió y me volvío a empujar. Tropecé, y me fui contra la puerta otra vez. Todavía quedaban cristales colgando, y uno se me clavó en el costado. Comencé a sangrar y me desmayé. Cuando desperté, había pasado una semana y no sabían nada de él. La vecina lo había visto cubierto de sangre marchándose de casa, y fue ella quien me encontró desangrándome en casa. Me pasé otro mes en el hospital, pasando operación tras operación. Mi padre había desaparecido por completo, y él era la única familia que tenía. Asique me pasé un par de años de familia en familia hasta que apareció Isa. Estuve dos semanas en su casa, y decidió adoptarme. Fue como la madre que nunca había conocido, y me permitió tener un buen futuro. Y hace año y medio, murió en un accidente. Ella me dejó todo esto, y este era nuestro lugar preferido, para venir a soñar.
Sin saber que decirte, te abracé fuerte y te besé suavemente. Colocaste tu mano en mi cintura y nos quedamos mirando las estrellas en silencio. Cuando tu respiración se ralentizó y estuve segura de que dormías, me permití cerrar los ojos.

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