viernes, 25 de septiembre de 2009


Era imposible no sonreír. Pasara lo que pasara, estar aquí era todo lo que necesitaba para olvidar. Con tu cuerpo entre mis brazos y mi cabeza recostada en tu pecho escuchando el suave aleteo de tu corazón. No hacían falta palabras. Es más, este silencio era perfecto. Tu mano no hacía más que acariciar mi pelo y mi mejilla mientras la otra estaba posada suavemente en mi cintura. De repente, te moviste y te colocaste delante de mí, con tus manos en mis mejillas y mirándome fijamente.

- Sabes que te amo verdad? Que no quiero volver a verte llorar, no quiero verte destruida. Quiero ser quien consiga mantenerte arriba siempre. – me dijiste con suavidad y firmeza.

- Lo haces. Ya solo con mirarme me mantienes contigo. No puedo evitar estar mal, pero tu presencia me calma, me da paz. Consigues tranquilizarme, hacerme sonreír con tan solo tenerte. No puedo pensar en nada más que en ti, en tenerte, en tocarte, besarte y sentirte. Lo eres todo pequeño. No lo digo como unas simples palabras, es mucho más, te hablo con el corazón, porque ya es tuyo, ya solo late por ti, ya lo único que quiere es a ti.

Y me besaste, cambiándolo todo, volviéndome ansiosa y febril. Me fui acercando sin dejar de besarte, hasta terminar encima de ti tumbados en la cama. Tus manos recorrían lentamente mi cuerpo, encendiendo todo a su paso.

- Estás completamente segura pequeña?

- Nunca he estado tan segura de nada. No pares, no lo hagas.

Y seguiste, despojándome suavemente de cada centímetro de ropa que impedía el toque de nuestra piel. Y sucedió. Te sentí, llenando todos mis sentidos, primero lentamente y después en una pequeña lucha acelerada, siendo uno los dos, amándonos.

Y en el momento en el que los dos llegamos al paraíso de la pasión, un “te amo” salió al unísono de nuestras bocas. Ahí me di cuenta de que serias el único que me tocara, que hiciera sentir y desear, que llenara mis sentidos. Toda tuya, para siempre.

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